Durante las últimas décadas, gran cantidad de investigaciones han constatado que la alimentación desempeña un papel relevante en el largo y complejo proceso que lleva a la aparición clínica de un cáncer. La influencia de la dieta y la nutrición puede ser específica para el tipo y sitio o la localización de los tumores, siendo el cáncer de colon y recto uno de los más frecuentemente asociado a ella.
La prevención del cáncer está relacionada directamente con la alimentación, el estilo de vida y el medio ambiente, entre otros factores. Aproximadamente el 30% de las muertes por cáncer se deben a cinco factores de riesgo modificables: la presencia de un índice de masa corporal elevado, el consumo insuficiente de verduras, hortalizas y frutas, el sedentarimo, la falta de actividad física, y el consumo de alcohol. El aumento de la prevalencia de obesidad en el mundo ha sido reconocido como un factor muy importante que explica el aumento de la incidencia de algunos tipos de cáncer.
Entre los potenciales cancerígenos más importantes de la dieta occidental se han propuesto las nitrosaminas, las aminas heterocíclicas y los hidrocarburos policíclicos aromáticos, los cuales derivan del tratamiento en la elaboración de ciertos productos alimentarios o del tipo de cocción de alimentos como carnes (roja, pollo o pescado) y embutidos.
No obstante, actualmente se sostiene que el aumento del riesgo de cáncer está más asociado a condiciones más complejas como la obesidad y una alimentación habitual desequilibrada, pobre en verduras y frutas, más que a la ingesta de potenciales carcinógenos en los alimentos.
Cuando hacemos mención a una alimentación desequilibrada, nos referimos a un exceso de consumo de calorías, grasas saturadas, azúcar y sal, y una baja ingesta de verduras, frutas, pescado y legumbres, lo que determina que no se cumpla con las recomendaciones de un consumo de diversas vitaminas y minerales, fibra, ácidos grasos esenciales y polifenoles, entre otros.
Los alimentos de origen vegetal, tales como cereales integrales, legumbres, frutos secos, hortalizas y frutas, aportan micronutrientes y compuestos bioactivos (fibra, polifenoles, flavonoides, carotenoides, folatos, selenio y vitaminas C, D, E y B6) que podrían reducir el riesgo de cáncer. Al igual, que el consumo de ácidos grasos poliinsaturados omega 3 de fuentes marinas (atún, caballa, arenque, salmón)
Como conclusión, en lugar de hablar de alimentos buenos y malos en cáncer, debemos decir que es el patrón alimentario, el cual tiene un componente cultural y antropológico, y el estilo de vida, lo más importante en la prevención del cáncer.
Por lo tanto se recomienda, mantener un peso saludable, evitando el sobrepeso y la obesidad, limitar el consumo de alimentos y bebidas que promueven el aumento de peso (bebidas azucaradas, grasas de origen animal), incrementar el consumo diario de frutas y verduras (al menos 5 porciones al día), cereales integrales y/o legumbres, limitar el consumo de carnes rojas a 2 porciones por semana, incorporar la actividad física regular y evitar el sedentarismo en nuestras actividades cotidianas.
En el Hospital Universitario contamos con los equipos de trabajo necesarios para atender y asesorar ante cualquier inquietud, vacunatorio y equipamiento tecnológico necesarios para prevenir y diagnosticar en forma temprana. Usted puede solicitar su turno con un especialista llamando de lunes a viernes de 8 a 20 hs. al 0810 999 1029.
Información brindada por la Lic. Carolina Campos, nutricionista del Hospital Universitario.