La enfermedad de Parkinson es una enfermedad neurodegenerativa caracterizada por dificultad en el movimiento. Se observa con mayor frecuencia en personas mayores de 60 años. Según estadísticas mundiales, uno de cada 100 personas mayores de 60 años padece la enfermedad. Por ello, representa un importante desafío para el sistema de salud, ya que con el aumento en la expectativa de vida aumentará la cantidad de pacientes que padezcan esta enfermedad en los próximos años.
La presentación clásica de la enfermedad, que define el diagnóstico, es la lentitud en el movimiento (bradicinesia), que se puede manifestar por dificultades en la escritura (micrografía), falta de expresión facial (hipomimia), disminución del volumen de la voz (hipofonía) o trastorno en la marcha con arrastre de pies, entre otras.
Otro signo fundamental es la rigidez ante la movilización y el temblor. No existe en la actualidad un estudio complementario que pueda confirmar el diagnóstico, por ello es imprescindible el control clínico por un neurólogo con experiencia en este cuadro.
Además de estos síntomas motores, en los últimos años se han descripto múltiples manifestaciones que denominamos “no motoras” porque no tienen que ver con el movimiento y que incluso pueden aparecer muchos años antes de comenzados los síntomas motores. Éstos son los trastornos en el sueño, olfato, alteración del ritmo evacuatorio o trastornos anímicos.
A su vez, otros síntomas no motores pueden aparecer a lo largo del curso de la enfermedad como pueden ser los trastornos urinarios, dolor, dificultades digestivas, seborrea, alteraciones cognitivas y dificultad en la regulación de la presión arterial. Es importante identificarlos precozmente porque la mayoría tienen tratamiento y en muchos pacientes pueden ser más incapacitantes que los síntomas motores que definen la enfermedad.
Se han relacionado con la génesis de enfermedad diferentes factores: genéticos (aumentan la posibilidad de padecerla) y ambientales que desencadenarían los síntomas. Dentro de los factores de riesgo se encuentra la edad, sexo masculino, exposición a toxinas y herbicidas. Sin embargo permanece siendo un misterio la forma por la cual se desarrolla la enfermedad y por eso no existe tratamiento curativo ni preventivo de la enfermedad.
Es importante mantener una vida activa que incluya ejercicio físico, actividad social e intelectual. El adecuado control de los factores de riesgo vasculares parecería mejorar la evolución de la enfermedad.
Está demostrado que la mayoría de los síntomas se deben a déficit de neurotransmisores a nivel del sistema nervioso central. En el caso de la enfermedad de Parkinson la principal sustancia que está en déficit se denomina dopamina y la mayoría de los tratamientos farmacológicos apuntan a reemplazar su función.
Existen en la actualidad múltiples opciones terapéuticas incluso quirúrgica, que si bien ninguna logra curar ni detener la progresión de la enfermedad, logran una clara mejoría de la calidad de vida de los pacientes durante muchos años. Por eso es imprescindible que el paciente no sólo cumpla el tratamiento farmacológico, sino también sea incorporado junto a su familia en un grupo interdisciplinario especializado para abordar la enfermedad desde diferentes especialidades como Kinesiología, Terapia Ocupacional, Psicología, Fonoaudiología, Urología, Trabajo Social, Nutrición, Clínica Médica y Neurología, entre otras.
El Hospital Universitario cuenta con profesionales con experiencia para abordar interdisciplinariamente esta patología y acompañar tanto a pacientes como a sus familias. Para solicitar turnos debe llamar al 08109991029 de lunes a viernes de 8 a 20 horas.
Fuente: Servicio de Neurología del Hospital Universitario. Dr. Sebastián Rauek.